Madame Bovary: un corazón agitado
Emma quería más,
muchísimo más de lo que la vida le ofrecía. Blanca Riestra dice que Madame
Bovary es la novela anti-romántica por excelencia. Una novela muy cruel.
“Emma está tratada con mucha crueldad”, insiste Riestra, “es una metáfora
dolorosa de la frustración vital, independientemente del contexto histórico, y
nos sigue hablando de nosotros mismos”. De forma parecida piensa mi amiga
chilena Rosa Z., profesora de literatura ya jubilada: "(...) Emma me
transporta al temor y la angustia: verla en la vorágine de la mentira y los
sueños ingrávidos de grandeza, verla rodar hacia la tragedia y la muerte, me
dejan extenuada. Madame Bovary, lejos de los fríos análisis académicos, es la
gran novela de un pasado y de un presente que retrata al ser humano de siempre,
sólo que hoy la existencia se desliza más sofisticada y pretenciosa. Las Emma
hoy se ocultan en la tecnología y las complejas redes sociales y
judiciales".
Estos apuntes apoyaron
la preparación de una charla sobre Madame Bovary, impartida en la Biblioteca de
Navarra el 3 de mayo del presente año. Noelia Illán me solicitó una
colaboración para La Galla Ciencia y se me ocurrió aportar
exclusivamente la percepción de diferentes mujeres, ya que el mundo académico
rebosa de análisis y opiniones masculinas. La charla tomó otros derroteros.
Emma Rodríguez, en su
magnífica revista digital Letras sumergidas publicó en 2014 un extenso
reportaje titulado “Madame Bovary”, espléndidamente viva". Las
escritoras Soledad Puértolas, Juana Salabert, Blanca Riestra y la traductora
María Teresa Gallego Urrutia, toman la palabra al lado de los escritores
Antonio Muñoz Molina, José María Guelbenzu, Carlos Castán y el traductor Mauro
Armiño. Todas las voces son interesantes pero estas notas refleján lo que ellas
manifiestan ante las cuestiones planteadas por Emma Rodríguez.
Al comienzo Rodríguez solicita el recuerdo de
la primera experiencia lectora de la novela de Flaubert. Juana Salabert relata
que leyó con apenas doce años Madame Bovary. “En casa éramos flaubertianos y
noveleros por excelencia”. (...) Recuerdo que mis padres me dijeron que me iba
a encantar y que era junio, finales de junio. Entonces sentí cierta admiración
por Emma, una admiración vertiginosa porque era capaz de llegar, o así lo intuí
entonces, aunque por esas fechas no hubiera sido capaz de expresarlo, hasta el
final de sí misma, y, al mismo tiempo, experimenté una infinita lástima, una
gran empatía, hacia Charles Bovary”.
Salabert volvió a leer
la novela en las clases de la secundaria francesa. “Aún conservo mi ya muy
manoseado ejemplar de bolsillo francés, con prólogo del gran Maurice Nadeau,
además de los muchos ejemplares franceses heredados de la biblioteca familiar”.
También de
adolescente, en casa de sus padres, en La Coruña, descubrió la escritora
gallega Blanca Riestra a Emma Bovary. “Tenía trece años, poco más, y me acerqué
a ella frente al mar oscuro de los inviernos atlánticos”. A diferencia de
Salabert, asegura que nunca simpatizó con Emma. “Me resultó un personaje
desesperante y angustioso. Las novelas con protagonistas femeninas
convencionales no me atraían por entonces. Además, Emma Bovary es lo contrario
de un personaje complaciente. Siempre me identifiqué mucho más con figuras como
Raskolnikov, Mitia Karamazov o el príncipe Andréi de Guerra y Paz, que
también leí por entonces. Sus angustias me resultaban mucho más dignas”.
Soledad Puértolas no recuerda el momento
preciso en el que se acercó, por primera vez, a la novela de Gustave Flaubert.
“Como la he leído en diversas ocasiones, las circunstancias se me han borrado.
Es una novela que me parece nueva cada vez que me aproximo a ella, como si en
la anterior lectura se me hubieran escapado muchas cosas”, plantea. “Yo creo
que la primera vez que la leí -no recuerdo cuándo ni dónde- no la acabé de
disfrutar, porque sí recuerdo que en la segunda ocasión me quedé sorprendida.
Entonces lo que me atrapó fue el estilo, su forma de contar. Flaubert, en
suma…”.
La señora Bovary
María Teresa Gallego
Urrutia, traductora de Alba Editorial aporta su criterio: “La inmensa mayoría
de las obras no estrictamente contemporáneas que he traducido las había leído
ya cuando me encomendaron su traducción. Por decirlo de alguna manera, ya las
llevaba incorporadas. Mi experiencia con ellas fue, pues, la del relojero:
desmontarlas, estudiar la maquinaria y volverlas a montar. En los demás casos,
me parece que he sido capaz de verlas en paralelo; como lectora me han gustado
(o me han entusiasmado), o no me han gustado (o las he aborrecido), o me han
dejado indiferente, de todo ha habido. Pero, como traductora, lo que a mí me
parecieran como lectora me daba igual. Lo que tenía que hacer era eso: ser el
relojero. Y serlo lo mejor posible, con honradez, con fidelidad al escritor y
al lector y con minucia artesanal”.
“A Flaubert”, añade
María Teresa Gallego, “no le gustaba nada Emma. Para él era el paradigma de
todo lo que no hay que ser, de lo que no hay que sentir ni pensar. Lo suyo son
los tópicos, la superficialidad, el sentimentalismo barato, la pobreza de
espíritu; dicho con cierta crudeza: la «paletería»… Por no mencionar el
egoísmo. Y tampoco le gustaban a Flaubert los demás personajes de su novela:
pedantes, rufianes, presumidos, señoritos de pueblo, personas de pocas luces…
El único a quien trata con cariño es al jovencito que vive con la familia
Homais y ayuda en la botica: Justin. Los demás salen todos muy malparados”.
La traductora se
pregunta “por qué hay quienes han convertido a Emma Bovary en una heroína que
lucha por emanciparse del yugo a que está sometida la condición femenina, en
una mujer digna de admiración, en una bandera de rebeldía, en un ser de ideas
avanzadas avant la lettre”. Ella asegura no entenderlo. “Siempre me ha
parecido”, explica, “que es precisamente todo lo contrario: el ejemplo del
conservadurismo más rancio y la recolectora ideal de todos los tópicos de su
época y de su clase social. Esa otra interpretación me parece equivocada e
incluso abusiva. Por supuesto, todo lector tiene derecho a vivir una novela a
su manera y poner en los personajes la carga que quiera poner. Pero creo que no
me aparto gran cosa de lo que sentía Flaubert por su personaje cuando pienso
que es una mujer muy cargante. Y que eso era justamente lo que él quería:
manifestar su desprecio, al crearla y contarnos su derrotero, por la mentalidad
que representa”.
“Lo que Flaubert
consigue”, señala María Teresa Gallego, “es conmover, indignar, enternecer,
intrigar, mantener en vilo, alegrar, entristecer, enardecer, asquear,
emocionar, soliviantar: eso es, en definitiva, lo que quiere hacer y hace un
novelista; permitirnos ser otros y vivir otras vidas, generación tras generación.
María Teresa Gallego,
que parte del reconocimiento de traducciones anteriores “nada desdeñables”,
considera que entre las aportaciones de la traducción que realizó para Alba
está la de haber resuelto cuestiones de vocabulario que atañen, por ejemplo, a
nombres de tejidos, de carruajes u otros objetos y actividades de la vida
cotidiana de la época de Emma Bovary, “términos que se habían zanjado con
traducciones aproximativas, seguramente porque hace años el traductor contaba
con menos facilidades para investigar”, explica, añadiendo que si en algo puso
cuidado fue en conseguir, como hace siempre que traduce un clásico, “que el
lector sienta que es un libro que se escribió hace 150 años. No se trata de
hacer un pastiche, sería ridículo, pero sí quiero que el lector sea consciente
de la época, como lo es cuando lee a Cervantes, a Fernando de Rojas, a Lope, a
Clarín, a Garcilaso, a Pardo Bazán…”, argumenta. “Por eso creo también que una
traducción, si ha dado de verdad en el clavo, no envejece, en contra de una
teoría que tiene sus adeptos de que toda obra literaria hay que volver a
traducirla cada cincuenta años, teoría que no comparto en absoluto”.
En la versión de María
Teresa Gallego nos encontramos con el elemento polémico de la adaptación del
título al español. Nada de Madame, sino “la señora” Bovary. “La decisión
de traducir el título la tomamos de común acuerdo el director de la colección
de clásicos de Alba Editorial, Luis Magrinyà, y yo”, explica la traductora.
“Fue un cambio, un detalle, que dio a la nueva traducción un leve eco de
escándalo, algo totalmente injustificado en mi opinión pues, como ya explico en
el prólogo, varias traducciones de finales del siglo XIX y de principios del
siglo XX llevaron ese mismo título, que me parece, por lo demás, el lógico y
evidente”.
A la pregunta de cuál
es la relación de la traductora con la obra de Flaubert y qué lugar ocupa en su
trayectoria Madame Bovary, responde María Teresa Gallego: “No
puede decirse que ocupe un lugar particularísimo. No más que las novelas de Balzac,
de Zola, de Stendhal, de Maupassant, de Hugo… eso por nombrar sólo lo que he
traducido del siglo XIX”, señala, y se refiere a la alegría de poder convivir
más estrechamente con cada uno de los escritores traducidos, a la satisfacción
de explorar sus libros.
Cuenta Gallego Urrutia
que, en el caso de “La señora Bovary” repasó la correspondencia de Flaubert de
los años de redacción de la novela y de la época del proceso judicial; llevó a
cabo una lectura minuciosa de los apéndices y notas de las ediciones de La
Pléiade y, asimismo, una indagación de la época en todos sus aspectos, muy
especialmente en el vocabulario de la vida cotidiana, siempre con la conciencia
del respeto a la elaboración de las frases, del peso y de la colocación de
todos los elementos, “con un sumo cuidado en no traicionar ese empeño del
escritor”.
La traductora que,
como siempre que acomete su trabajo, tuvo una constante preocupación por no
caer en anacronismos de lenguaje y que experimentó “un júbilo casi desaforado”
porque la vida le daba la oportunidad de transmitir, de difundir, de ofrecer a
los otros esos pasajes que, según explica, cuando los descubrió por primera vez
le cortaron la respiración, “no tanto por una belleza especial del texto cuanto
porque algo me decía que acababa de suceder algo, que ese pasaje era una cima y
que había que respirar hondo y despacio porque el oxígeno se había enrarecido y
porque yo no era ya exactamente la misma después de haber leído esas líneas”.
Recordemos que anteriores al
trabajo de Gallego Urrutia fueron la traducción de Consuelo Bergés –traductora
también de Stendhal y Proust- para Alianza Editorial, muy leída y la de Carmen
Martín Gaite, recuperada por Tusquets en 1993.
¿Mujer imaginativa?
Juana Salabert
defiende a Emma con pasión: “Yo la veo como una mujer imaginativa a su pequeña
escala social, que osa pedirle a la vida otros horizontes vitales, sensuales,
personales, que los delimitados de antemano por el provincianismo mojigato y
las cobardías del ideario inmovilista… Ciertas voces críticas la han tildado
absurdamente, a mi juicio, de egoísta, de mala “madre” y hasta de cursi. Pero
esa visión simplista y en el fondo reaccionaria proviene de quienes desconfían
de las ficciones, de la novela, de la imaginación. Hay algo totalitario en ese
constante querer vituperar y minusvalorar las ansias de soñar y de vivir de
esta jovencita mal casada de provincias, de esta heroína compulsiva en pos de
grandezas íntimas cual una pequeña y magnífica Napoleón de tocador”, señala.
Emma Rodríguez: "Como dice la traductora
todo lector es libre de interpretar la novela a su gusto, dependiendo de sus
propias experiencias y pulsiones. He ahí una de las grandezas de Flaubert.
¿Creó un personaje tan humano que fue más allá de sus intenciones, de sus
propias creencias y prejuicios? ¿Ha superado Emma Bovary a su creador, se ha
vengado de él, en cierto modo? Se trata de preguntas muy literarias que
agigantan el efecto de una obra genial, abierta a múltiples pareceres y
lecturas".
Soledad Puértolas argumenta:
“Emma Bovary pertenece al mundo moderno. En el origen de su pasión, de tantas
pasiones, está la necesidad de llenar la vida con algo, porque todos padecemos
en algún momento el horror al vacío, al hastío”. Para la escritora la heroína
de Flaubert representa la falta de alicientes de la vida de una mujer en una
ciudad provinciana, la total ausencia de estímulos. Nada hubiera sido igual
para ella en una sociedad con una mayor integración social de las mujeres”,
comenta, mientras que en opinión de Blanca Riestra “retrata perfectamente el
carácter del artista, construido sobre la insatisfacción”. A Emma le hubiese
ido mejor si hubiese sido escritora -y quizás hombre, claro”, prosigue Riestra.
Juana Salabert
describe como “subyugante y tormentoso” el momento en que sigue dando vueltas
al efecto del primer encuentro con la protagonista. “Me gustó muy
especialmente. Me entusiasmó y me intrigó, cosa que no me pasó con Anna
Karenina, aunque sí con la Natacha de Guerra y Paz. Siempre me
interesaron los héroes y heroínas de novela disconformes, insatisfechos,
inquietos. Desde muy pequeña detesté la docilidad de esas niñitas modelo de la
biempensante Condesa de Ségur, que a los críos de educación francesa se nos
trataba de ofrecer en la colección llamada Bibliothèque Rose. Emma no
era modélica y quería más, mucho más de la vida de lo que ésta le ofreció,
y pese a no ser todavía del todo una adolescente, así lo presentí en mi primera
lectura”.
Aunque asegura que no
es una novela que relea con frecuencia, Blanca Riestra reconoce que ha pasado a
formar parte de su imaginario. “Todos sabemos lo que es enfermar de bovarismo”,
dice. Y confiesa que cuando la leyó por primera vez no se planteó en absoluto
pensar en la condición femenina. “Al contrario esa etiqueta, esa pertenencia,
me repugnaba por entonces. Entendí a Emma como un personaje asexual, agenérico,
que ilustraba la grieta entre la realidad y el deseo, la imposibilidad
de ser feliz, el deseo incesante y nunca satisfecho. Ahora, quizás lo entiendo
de otra manera porque he comprendido que no se puede escapar de la propia
condición sexual -o yo, al menos, no lo he conseguido-. En ese sentido,
Madame Bovary me resulta hoy todavía más
actual y más incómoda”.
Tres rasgos definen a Emma, en opinión de
Juana Salabert: Su rebeldía, su vitalidad anticonformista y su ansiedad. “Ella
no se contenta con esto es lo que hay, busca más allá y va un paso adelante de
sí misma. Es el paso trágico, pero valiente, del que reclama y no se contenta”,
explica la autora, insistiendo en que no se puede entender a la protagonista
fuera del contexto de su época, independientemente de que, como apunta Blanca
Riestra, "su insatisfacción, su oposición a las normas, a lo que se espera
de ella como esposa y madre, es algo absolutamente moderno".
Y continúa Juana
Salabert: “En la época en la que vivió la protagonista lo que se daba en
relación a la mujer no era siquiera condición. La mujer no tenía derecho al
voto ni al estatus propio de ciudadana o súbdita verdadera del posterior II
imperio del lamentable Napoleón III… Pese a los esfuerzos emancipatorios
durante los primeros meses de 1789 de ciertos círculos muy minoritarios, la
condición femenina de la mujer francesa fue de tercer o cuarto orden hasta
después de la Segunda Guerra Mundial. La gran novela de Flaubert muestra, en
ese aspecto, como tantas obras de Maupassant y otros, una realidad feroz y
descorazonadora”.
Soledad Puértolas
asegura que Madame Bovary, ha sido para ella “una experiencia impagable”, una
de esas obras que enseñan, enriquecen y estimulan a quien desea dedicarse a
escribir. “Flaubert”, señala, “consigue hacer de una historia triste,
llena de cotidianidad, de lo que a veces llamamos vulgaridad, un relato de la
pasión. No parece haber grandeza ahí, pero la historia se convierte, conforme
llega al lector, en otra cosa. Es la mano de Flaubert, el tono de Flaubert. Ese
hombre que aspira al arte. Eso es lo que está buscando y lo hace ahí donde le
interesa, en esta aventura vital que a otros no les hubiera interesado”.
“Su grandeza es,
evidentemente, la creación de un personaje que se ha convertido en un símbolo.
Y también, supongo, la manera en que Flaubert se las arregla para subvertir los
clichés genéricos”, señala Blanca Riestra, en cuya opinión, “la novela, releída
ahora, choca por su modernidad, por la manera en que trata el género como
fatalidad, la maternidad como algo castrador y, sobre todo, por como ilustra de
manera apasionada el deseo contrariado de ser libre”.
¿Dónde radica su
grandeza? se plantea en voz alta la pregunta Juana Salabert. Y se responde: “En
la novedosísima escritura, por supuesto
en la capacidad del autor para ponerse en la piel absoluta de su
personaje. “Madame Bovary, c´est moi, se dice que confesó Flaubert a
quienes lo llevaron a juicio por pretendida obscenidad en la miserable y pacata
sociedad de su época… Y así debería de ser siempre: un auténtico escritor es su
escritura, sus personajes, su imaginario, su inconsciente elaborado más que su
consciente rutinario. Y como sucede con todas las obras maestras, Emma renace
con cada lectura, es “más verdadera que la verdad (...) Está más viva que
muchos vivos, espléndidamente viva, y eso sólo lo puede conseguir un escritor
inmenso”.
“Espléndidamente
viva”, insiste Juana Salabert, quien se niega a situar a la protagonista de
Flaubert al lado de otras heroínas, porque “Emma, que ha influido en un sinfín
de personajes de la modernidad literaria sin dejar de ser irrepetible, se basta
y se sobra y nos conmueve por sí misma”.
La escritora alude al
“discurso libre indirecto, con el que Gustave Flaubert anticipó el monólogo
joyceano y otros procedimientos estilísticos de la modernidad”. “Emma es la
dueña y señora, el Yo absoluto, que no supremo, de la novela de
insatisfacciones que lleva por título su apellido de casada. (...) Madame
Bovary es un retrato de época y La educación sentimental es el
retrato de una época. Las dos han inaugurado nuestras épocas y decires de
modernidad literaria. Sin ellas, ni Proust ni Joyce, ni tampoco Faulkner o
Svevo, serían lo que son. Por eso, y por mucho más, las considero a ambas
pilares personales, vitales y fundamentales de mi educación sentimental. No
entendería mi vida sin Flaubert. Y eso no es algo que pueda decir de todos los
autores a los que he leído, voy leyendo”, concluye Juana Salabert.
Emma estaba muy sola
Y por
impulsiva y sentimental, solía equivocar el camino, escribe Vargas Llosa en
La orgía perpetua. Sí, creo que Emma estaba muy sola.
Huérfana de madre, desilusionada hasta el fondo de su naturaleza romántica ante
un matrimonio que no respondía ni un ápice a sus apasionadas expectativas, la
psiconalista argentina Laura Palacios aporta algunas claves y reflexiona sobre
la Otra, las Otras en la vida de una mujer:
"Esas
Otras en quienes por etapas sucesivas de la vida, se mira casi toda mujer. Esa
que no está necesariamente adentro ni afuera, sino ahí. Presente e imperativa,
como un icono de comparación. A quien se imita, admira, ama y odia en un solo
movimiento.
Emma,
seguramente funcionó como La Otra Mujer de las grises pueblerinas de Yonville.
Era la esposa del doctor Charles Bovary, la que llevaba sus cuentas, la mejor
vestida, la que tenía amantes, la que semanalmente viajaba a Rouen a recibir
falsas lecciones de piano. Y en casa poseía cortinas de calicó, alfombras de
Damasco. Piano, estera y velador.
Escribe Palacios: "Pronto,
demasiado pronto, al regreso de su luna de miel, cuando las viandas del
banquete de boda todavía no se habían enfriado, Emma sufre una inevitable
crisis. “…el aburrimiento, araña silenciosa, ya tejía su tela en la sombra, en
todos los rincones de su corazón".
(...) Ha
caído el tul de ilusión, el velo de novia no bastó para envolver la
contundencia de los hechos: la bella dama comprende que el médico está lejos de
ser ese “hombre que debía conocerlo todo, destacarse en actividades múltiples,
iniciar a la mujer en las energías de la pasión, en los refinamientos de la
vida y en todos los misterios.” Porque su Charles “no enseñaba nada, no sabía
nada y no deseaba nada.” Y resalta la secuencia: enseñar, saber y desear que la
protagonista refiere a lo que espera del amor, y, por supuesto, del Hombre.
En cuanto
a su espejeo con lo femenino, tal vez ésta es la primera ocasión en que Emma,
sin saberlo, añora a la Otra Mujer. (...) En ese particular momento desea y
necesita explicarle a alguien con faldas su vago malestar; seguramente
angustia. Algo que no sabe cómo explicar, porque lo que siente “cambia de
aspecto como las nubes que se arremolinan como el viento”. Le faltan las
palabras, escribe Flaubert. Y la heroína suspira: “Quizás hubiera deseado hacer
a alguien la confidencia de todas esas cosas.” ¿Si lo que llamamos Otra Mujer
hubiera estado en su preciso lugar, ella hubiera encontrado palabras para
definir sus sentimientos? No lo sabemos.
La
escritura de Flaubert sabe que no cualquier mujer reúne las condiciones para
suponerla Otra. En esos días, Madame Bovary se paseaba por las habitaciones
superiores de la casa muerta de aburrimiento y “de buena gana hubiera bajado a
charlar con la muchacha, pero cierto pudor se lo impedía.” Literalmente: no
podía bajar la escalera. Esa muchacha llamada Felicité era la criada y estaba
“por debajo” de cierta escala. Jamás hubiera pisado los salones parisinos, ni
soñado con tener amantes nobles. Tampoco se hubiera mareado en los giros de una
polca. Sí: Felicité resulta inoperante, ningún rasgo la habilita para encarnar
a la Otra que su patrona parece estar evocando.
Las OTRAS,
sólo existían en los novelones románticos que consumía desde niña. O eran
aquellas que, suponía, integran “la lírica legión de las adúlteras”. Legión a
la que fervientemente desea ingresar. Es León, el segundo amante, quien con
ojos de enamorado consigue describir a la Otra Mujer. Él que era otro devorador
de novelones…
Para León,
Emma era “la enamorada de todas las novelas, la heroína de todos los dramas, la
vaga “ella” de todos los libros de versos. Encontraba en sus hombros el color
ámbar de la Odalisca en el baño, tenía el largo corpiño de las castellanas
feudales; se parecía también a la Mujer pálida de Barcelona, pero… el pueblito
francés del siglo XIX resultaba pobre en odaliscas y castellanas de largos
corpiños.
¿Y a quién
recurre entonces la pobre ama de casa desesperada? La sabemos joven y hermosa,
medianamente inteligente, mal dotada para la maternidad. Leemos: “… (ella)
hacía muchas confidencias a su perra galga. Se las hubiera hecho a los troncos
de su chimenea y al péndulo de su reloj”. Usando esta inmensa boutade
flaubertiana (Emma que toma por confidente a una perra), me permitiré decir
algunas cosas.
Una galga
es un punto raro de localización de ese elemento crucial en la constitución
subjetiva. Emma secretea la des-semejante. Una parca criatura femenina… pero
miembro del Reino Animal. ¿Será que ese hablar de mujer-a-mujer, el cotilleo,
las hablillas con la amiga íntima conforman una especie de discurso con un
meollo diferente? Palabras de mujer (dice el bolero y cree el vulgo), que bien
puede llevarse el viento. Pero me atrevo a suponer que si no circulan, pueden
atraer un halo de pequeños desastres".
Los
desastres, el gran desastre acabó con la vida de Emma.
¿Era
o no Gustave Flaubert Madame Bovary?
En una de
sus cartas, Flaubert comentaba que sus personajes imaginarios adoptaban su
forma. “Soy yo quien está en ellos”.
“Cuando
escribí el envenenamiento de Emma Bovary tuve en la boca el sabor del arsénico
con tanta intensidad, me sentí yo mismo tan auténticamente envenenado, que tuve
dos indigestiones, una tras otra, dos verdaderas indigestiones, que llegaron a
hacerme vomitar toda la cena”.
Escribe
Irene Gracia "Madame Bovary soy yo, respondía Flaubert cuando le
preguntaron por la identidad de ese personaje tan asombrosamente vivo. Y a
medida que vas leyendo la novela y te vas relacionando con su protagonista, puedes
caer en la cuenta de que también tú eres Emma. Todos pueden serlo.
Y el que
no lo crea así es que no ha soñado. ¿Quién no ha creído, al menos una vez, que
estaba bailando con la sensualidad hecha carne? Acicalada como una actriz
debutante, Emma lo cree cuando ejecuta su primer vals con el vizconde y siente
alas en sus pies.
¿Y quién
no ha creído, al menos una vez, que la vida estaba en otra parte y que otra
vida más generosa y más intensa nos estaba esperando a la vuelta del camino?
Emma cree,
o necesita creer, que su frente está marcada por la señal de una determinación
sublime y, tras el primer acto de transgresión de la norma, siente, al mirarse
al espejo, que es una de las heroínas adúlteras de sus lecturas clandestinas.
La muerte
de Madame Bovary nos coge al final a traición, porque es la muerte del sueño
romántico, (y la muerte de esa frenética partitura que Emma lleva escrita en el
corazón)".
Emma
Rouault es un personaje muy complejo, con metas bastante más ambiciosas que las
que la vida le proporciona. En una entrevista realizada a Sophie Barthes,
directora de la última (¿décima?) adaptación cinematográfica de “Madame
Bovary”, Juan Luis Sánchez le pregunta qué aspectos del libro considera más
interesantes para el público actual.
Barthes responde:
"La historia es radicalmente moderna, la sexualidad femenina es
todavía tabú. También el primer
personaje literario que se convierte en víctima voluntaria del consumismo. Me
gusta mucho el personaje de Lheureux. Encarna el capitalismo feroz. El genio y
la modernidad de Flaubert es que previó los peligros del capitalismo.
Me gusta
como trata al personaje central, sin moralizar. Lo que se cuenta no es una
advertencia. Flaubert odiaba la hipocresía y estaba en desacuerdo con su siglo.
Por eso la novela causó un escándalo cuando se publicó. La idea de adulterio
femenino es todavía hoy impactante. Y creo que si profundizamos, Emma es
subversiva en la medida en que ella es casi un personaje andrógino.
Flaubert
parece sentir una especie de compasión, solidaridad y empatía por Emma".
Otro
interrogante por parte del entrevistador: "De acuerdo con los nuevos
tiempos, aquí la infidelidad parece ser menos importante que los problemas
económicos. ¿Era una forma de adaptar el texto al siglo XXI?"
La
respuesta de Barthes: "Creo que Emma tiene la misma relación con el dinero
que con la sexualidad. Ella tiene grandes dificultades para tratar con la
realidad. Todo es fantasía".
Madame
Bovary se publicó por entregas en La Revue de Paris desde el 1º de octubre de 1856 hasta el
15 de diciembre del mismo año; en forma de libro, apareció el 12 de abril de
1857. Flaubert comenzó a escribirla en la noche del viernes 19 de septiembre de
1851 y terminó el 30 de abril de 1856, según las fechas autógrafas que figuran
en los cartones protectores del manuscrito, lo que suma una duración de cuatro
años, siete meses y once días. Flaubert tenía 30 años cuando la inició. Todo
este trabajo se conserva en la Biblioteca Municipal de Rouen. Emma Rouault,
Madame Bovary, sigue despertando interés, generando opiniones contradictorias,
ríos de tinta crítica, sesudos tratados académicos, estudios psicológicos,
psicoanalíticos, elogios y desprecios.
Cuando
escucho la canción Me voy de Julieta Venegas se me ocurre pensar que si
Emma, cualquier Emma contemporánea, decide largarse cuando la frustración
aprieta la garganta, se evitarían infinidad de desastres.
Si después
de atender las opiniones de estas mujeres escritoras, traductora y directora de
cine sobre la obra, te apetece leer o releer la novela de Flaubert, habrán
servido de algo estos apuntes. ¡Feliz lectura!
Marina Aoiz
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