Santiago Montobbio: una cuestión
de luz*
Una vez, en una de esas tardes, frente a un vaso de ron blanco y mucho
hielo, la poeta Claribel Alegría (flamante premio Reina Sofía de Poesía
Iberoamericana), me dijo en su patio de Managua que los buenos poetas, los que
a uno le tocan, se distinguen porque dejan en el subconsciente al menos un
verso. Sólo un verso hace falta para que nuestra biblioteca memorística cribe a
los buenos de los que no lo eran, y por buenos basta decir los que para
nosotros lo fueron.
De ese modo, asociado al nombre
del poeta, el verso, como un rezo aprendido, acudirá al subconsciente sin
ningún esfuerzo. Así, al escuchar el nombre de Lope de Vega, habrá una voz que
nos susurrará sin orden previa: “Esto es amor, quien lo probó lo sabe”, al
igual que cuando escuchamos “Bécquer” percibimos un revoloteo de golondrinas:
“…pero aquellas que supieron nuestros nombres, esas nunca volverán”; Miguel
Hernández nunca se nos irá del todo “que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma”; Neruda nos hará repetir que “puedo escribir los versos más
tristes esta noche”; o Rubén Darío: “yo soy aquél que ayer no más decía el verso
azul y la canción profana” cuando no esté recordándonos que las princesas están
tristes. No hay canción pegadiza que sobreviva a esos versos que son como
abrojos del camino que se pegan a la ropa del caminante desprevenido. Abrojos
se llamó el primer poemario de Darío precisamente. Coincidencia poética la de
nombrar al principio y al final a dos poetas de Nicaragua, una tierra (mi
segunda patria) a la que Santiago Montobbio está unido por lazos literarios y
familiares, un país donde todo el mundo se sospecha que es poeta, o “hijo de
pueta”, al decir popular.
Siguiendo la teoría de Claribel,
a mí se me quedó un abrojo de Santiago. Un verso para siempre que me surge
siempre que abro un nuevo libro de él. Una marca poética como el dariano “el yo
soy aquél”. En el caso de Santiago, digo, su verso para mí, y para siempre,
será: “El mar está al final de algunos
niños”.
Quizá se deba a que en ese verso
se contiene el rumor de las olas en la orilla y la algarabía de los niños. Y
también, por qué no, hasta un niño solo en la playa de la Costa Brava, preñado
por la melancolía, un destino que asume y lo lleva no hacia la tristeza sino
hacia la poesía. Sin rechistar, tranquilamente, un destino de ausencias para
cantar en atardeceres, de soledad en las noches, y de cafés llenos de
esperanza.
La historia caprichosa de la
Literatura dirá si la obra de Montobbio sobrevive al tiempo de esos
atardeceres, pero ya no hay duda que con la última obra publicada en la
colección de El Bardo (Libros de la Frontera),
La antigua luz de la poesía, el poeta
barcelonés ya suma un corpus poético significativo y muy importante.
Madre poesía
Santiago abre su crónica
sentimental poética desde un aeropuerto a la espera de su vuelo a Holanda y aún
tiene el susto en el cuerpo.
Sin pudor, a pecho abierto, como
se escribe de verdad, vuelve a revelar sus viejos ritos y costumbres, y también
sus miedos. El de la muerte, el de la soledad y el desamor. Ahora el susto se
lo dio la madre, tan presente y unida a su vida y su poesía. Así que este
hombrón, de gesto a veces circunspecto, acaba de arrodillarse y rezar mil veces
para que la salud de la madre se recupere. Podría haberse titulado nuevamente
“Días de hospital”, pero el elegido para los primeros poemas del libro, “Días
de Holanda”, son más acertados porque Montobbio busca la vida, y la vida es el
alta hospitalaria de la madre y el poder irse a Holanda a presentar sus poemas.
Es decir, ese futuro inmediato, es el poder hacer mañana lo que estaba previsto
y recorrer camino. No en vano, Gil de Biedma dijo aquello de que “quizá, quizá,
tienen razón los días laborables”.
Y ya en Holanda, de nuevo ese
flujo de sentimientos que es la poesía sencilla, nítida y honda de Santiago.
Vuelve a sus temas de siempre pero con el caudal de nuevos afluentes a su poema
río, un concepto acuñado por otro gran poeta nicaragüense José Coronel Urtecho.
La libreta
Así como muchos otros llevan las
pastillas en el bolso, o incluso en el monedero, para los ataques de ansiedad o
los del corazón, Santiago lleva una libreta. En cuanto siente la tristeza o la
pulsión de la vida o la imposible recepción de una belleza inusitada (esto es
un atardecer, un paisaje visto a través de la ventanilla, un café que se
calienta, el hogar…) acude a una libreta, y hasta el objeto tiene la historia
que le une a otros mundos, como a una sobrina que se la trajo del Perú.
Santiago empieza a escribir sobre la belleza vista con el rabillo del ojo, como
si fuera furtiva y piensa si al escribir se está perdiendo esa misma belleza.
Si se dedicara a contemplar, no lo escribiría. Se quedaría herido por la
belleza y él es un autor obligado al corazón, a escribir sin más, tenga o no
libreta a mano, cuando el corazón lo dicta. Es su apuesta radical sin concesiones
ni correcciones, a sabiendas de la pérdida.
Primera y Única escritura
Sin complejos y retando los límites de lo
recomendable y el pudor, Montobbio asegura que no corrige ni una coma. En
prosa, hay un autor, que en realidad es poeta, el rumano Cartarescu, que
asegura lo mismo. Asegura que envía a su editor el manuscrito original tal como
queda. Los que conocemos a Montobbio bromeamos con él sobre este tema del que
siempre se defiende diciendo que hay testigos.
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Durante la presentación |
Pero no hace falta. En sus versos
vemos no la precipitación sino la necesidad de reflejar el momento. La tristeza
que empieza a herir, el vértigo por el fin, y de pronto la alegría. Es un sube
y baja que se aferra a las pequeñas cosas. Y sin embargo, en su escritura hay
una sofisticación que se aleja de lo escrito con premura. En ocasiones la
originalidad técnica que encabalga y unifica (amado con amada) el poema y el
poeta, como si uno se transformase en otro. Así en “Adiós, Se Acaba La Libreta
Regalada”: “Y al volver, otra vez sentir algún / poema, alguno venir y escribir
/ al llegar a casa”.
Originalidad también en la manera
de reivindicación de lo sencillo, de la necesidad de escribir, porque como nos
dijo otras veces, y nos vuelve a decir ahora, escribir le salvó la vida. Pero
escribir de qué. Quizá las cosas, otra vez Gil de Biedma, sean escasas a
propósito. En Santiago lo pequeño, lo sencillo, se vuelve materia poética y
luminosa: “Tomar un café/ junto a mi madre y escribir en una libreta de viaje /
algunos poemas es el signo más claro que conozco de sentir y decirme que estoy
vivo”.
Poesía de cancionero
En muchos momentos, la poesía de
Santiago se vuelve una mirada constante, a veces directa y a veces de soslayo
al amor no correspondido, esa herida que se desangra por libros y libros de
toda su poesía. A ese amor al que
Santiago ha sido fiel durante toda su escritura le debemos este poeta.
Montobbio enlaza poemas de la
noche a la mañana entre el gozo y la melancolía, construyendo (y aquí tenemos
la última prueba en su último libro) uno de los monumentos poéticos de amor
ausente más impresionantes. En ocasiones, el poeta se nos sirve como un corazón
palpitando en manos del cirujano que va a trasplantarlo. Petrarca, el gran
maestro de cancioneros, recordando al mito, también escribió: “Ésta, cuyo mirar
roba las almas, /cogió mi corazón entre sus manos / diciéndome: “No digas nada
de esto”. C. XXIII. (Questa che col mirar
gli animi fura,/ m’aperse il petto, e ‘l
cor prese con mano,/ dicendo a me: Di ciò no far parola).
Pero Santiago no puede quedarse
hecho una piedra y guardar silencio. Para seguir vivo, la poesía le surge a
borbotones y se continúa escribiendo en él aunque sea para dolerse del rechazo
y para percibir en las mínimas cosas la grandeza de la vida. No es de extrañar
que haya llamado la atención de compositores y músicos como Ofilio Picón con
quién recientemente trabajó en un disco con sus versos.
El olvido que seremos y el hogar
de la luz
El escritor colombiano H. Abad Faciolince eligió como título de sus
memorias, precisamente un verso de Borges: El
olvido que seremos. Montobbio parece apuntar al mismo olvido en este libro
cuando incide y reincide en el tema de la noche y el final y lo que quede
después. Piensa el poeta que ya sin palabras y sin nombre, el hombre sólo será
olvido, como deja explícito en su poema “La Noche Oscura”, pero bien sabemos por San Juan de la Cruz y de nuevo por
Montobbio que la noche, aun siendo olvido, es necesaria introspección para
dejarse guiar hacia una luz antigua que todos llevamos en los genes.
Y de nuevo Guillén, y las noches y el fin, y el fin del fin que no se sabe
cuándo llega y la duda de si el poema materializa deseos o conjura desgracias. Y
de nuevo la madre (en realidad este libro es un canto de amor a la madre), y al
café y a la vida en fin. Y un tema que apunta de nuevo mucho más explícitamente
que en libros anteriores, la sensación de hogar que Santiago siente en toda
Europa, ya sea en Holanda o en el Mediterráneo.
Y de nuevo Seferis, y sus Tres poemas secretos: “en el fondo, soy
una cuestión de luz”. La luz, la antigua luz de la poesía es verdaderamente el
hogar de este poeta mediterráneo cuyas andanzas deseo que se llenen de más luz
y más poesía. Porque de vida y de amor, aquí rebosa.
Fco. J. Sancho Mas
*Intervención de Francisco Javier Sancho Más en la presentación del libro La antigua luz de la poesía de Santiago
Montobbio en el Aula dels Escriptors de la Asociación Colegial de Escritores de
Cataluña, en el Ateneo Barcelonés,
el 22 de noviembre de 2017.
el 22 de noviembre de 2017.
Francisco Javier Sancho Más nació en Andalucía, pero es de nacionalidad hispano-nicaragüense. Estudió Filología, Periodismo y Derecho Internacional. Es experto en comunicación y cooperación. Escritor, docente y colaborador en varios medios en España (como El País y Babelia) y Latinoamérica (Gatopardo, La prensa, Etiqueta Negra, etc.) sobre temas literarios y de actualidad internacional, crisis, cooperación y desarrollo. Su trabajo le lleva múltiples viajes que convierte en notas, crónicas y reportajes.
Ha publicado libros de ensayos y relatos, como Las cien Novelas para siempre del siglo XX y Si estuvieras aquí, de la editorial Icaria. Lleva tiempo sin publicar en forma libro pero amenaza con hacerlo más pronto que tarde.
En el haber de su labor literaria además está la creación y edición de la revista cultural carátula www.caratula.net , proyecto que fundó en conjunto con el flamante premio Cervantes, Sergio Ramírez desde Centroamérica. También ha coordinado proyectos que unen el mundo humanitario con la literatura como la serie Testigos del olvido de El País Semanal.
Ha publicado libros de ensayos y relatos, como Las cien Novelas para siempre del siglo XX y Si estuvieras aquí, de la editorial Icaria. Lleva tiempo sin publicar en forma libro pero amenaza con hacerlo más pronto que tarde.
En el haber de su labor literaria además está la creación y edición de la revista cultural carátula www.caratula.net , proyecto que fundó en conjunto con el flamante premio Cervantes, Sergio Ramírez desde Centroamérica. También ha coordinado proyectos que unen el mundo humanitario con la literatura como la serie Testigos del olvido de El País Semanal.
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